lunes, 20 de febrero de 2012

café Margot

Aún no amanece en Buenos Aires y garúa.  
Sentado junto a la ventana del bar, mi poeta navega ensimismado en sus entrañas.
El invierno se ha obstinado en trapear de acero el asfalto y el silencio se hunde por momentos con el sisear de los autos.
Las narices de los edificios perfilan sobre un cielo que raya el ocre con el estaño.
Extraña apatía. El no saber, el no hallar...

El poeta gesticula. Dibuja en el aire el sinsabor. Bucea en su memoria.
 
- Extintas esquinas del tiempo, rincones de la ciudad, cafés olvidados -
 
La soledad aprieta, se agota el pecho. Identidad perdida.

Entre pensamientos atormentados una lucecita se filtra, tenue.  Sus ojos vagan por marcos fileteados del ayer, la taza humeante y la hoja (¿otra vez en blanco?)

Huele a café. Huele a tango.

Situado en la arista de Boedo y la cortada San Ignacio, el café Margot sobrevive indemne.
Allí cohabitan mudos lechos inundados de lágrimas, amores muertos y silenciosas paredes que ciñen vaya a saber qué historias.

El tiempo se deshoja lento, inevitablemente. De a poco, figuras sin rostro ocupan una a una
las mesas de antaño, templando el aire.
 

Se disipan las ausencias y afloran, casi sin darse cuenta, las palabras del escritor. El desasosiego se planta ante el papel desierto. Y un lápiz en desliz como torbellino, anida tibiezas, desata tempestades, aúlla recuerdos.

Clarea... y el cenicero desborda puchos a medio fumar.
 

Afuera, los grises seguirán reinando, pero vos sonreís al fin. 
Palpás Buenos Aires en el Margot, junto a tus letras.

2 comentarios:

Horacio Fioriello dijo...

negrrrro...y desteñido, comprate lapices de colores. Para escribir negro te tienen que parir negro, entendiste?

viruta dijo...

esa es tu opinión, tu convicción. no la mía.