martes, 27 de julio de 2010

La percanta


Sólo el contacto con las sábanas de seda y aquella voz amable y varonil susurrándole al oído, le devolvieron la conciencia.

- Tenés sed? - dijo extendiéndole la copa helada con gesto decidido aunque suplicante.

Laura asintió con esa mirada tan suya penetrándole la negritud de sus pipilas. (pipilas, dije?)

En ese exquisito instante - el señor R. sintió
dentro de sí como un tornado en el mismísimo averno (En su cosmos, digamos)

Quiso palparse la boca entre el cosquilleo casi imperceptible de las burbujas del cava, y no se halló.

Fue plasma, océano, dunas. 
Entrega, sacrificio. 
Consagración.  
Locura, al fin.
 

Y apenas pudo balbucear un nombre:

Laa... a... au... ra...

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